La Llorona
LA LLORONA Versión A
De los campos a las ciudades emigran muchas jovencitas en busca de
su sueño, de estudios y de tener mejores trajes y dinero para ayudar a sus
familias.
Esta como muchas llegó a la ciudad y se empleo en casa de ricos,
enamorándose de su hijo el cual cruelmente la dejó embarazada y luego la
despidió de su trabajo.
No habiendo más que hacer, se devolvió a su casa escondiendo su
hijo bajo su delantal, lo cual no logró por mucho tiempo, su familia, apegada
al cristianismo, comenzó a decirle su error a todas horas, creándole gran
angustia.
Una noche bajo un gran aguacero corrió hacia el río y pariéndolo
lo lanzó a la corriente, al ver lo que había hecho se lanzó detrás del niño
gritando y llorando.
Todavía en las noches de luna después de una creciente se oye el
llanto de esta mujer, y se puede verle tras el rayo de luna en el agua del río,
tratando de alcanzar a su hijo.
Dicen que el señor en su gran misericordia tendrá compasión de
ella y que algún día lo alcanzará, volverá a la vida y será un gran hombre
revolucionario de la sociedad.
LA LLORONA Versión B
En las altas horas de la noche, cuando todo parece dormido y sólo
se escuchan los gritos rudos con que los boyeros avivan la marcha lenta de sus
animales, dicen los campesinos que allá, por el río, alejándose y acercándose
con intervalos, deteniéndose en los frescos remansos que sirven de aguada a los
bueyes y caballos de las cercanías, una voz lastimera llama la atención de los
viajeros.
Es una voz de mujer que solloza, que vaga por las márgenes del río
buscando algo, algo que ha perdido y que no hallará jamás. Atemoriza a los
chicuelos que han oído, contada por los labios marchitos de la abuela, la
historia enternecedora de aquella mujer que vive en los potreros,
interrumpiendo el silencio de la noche con su gemido eterno.
Era una pobre campesina cuya adolescencia se había deslizado en
medio de la tranquilidad escuchando con agrado los pajarillos que se
columpiaban alegres en las ramas de los higuerones. Abandonaba su lecho cuando
el canto del gallo anunciaba la aurora, y se dirigía hacia el río a traer agua
con sus tinajas de barro, despertando, al pasar, a las vacas que descansaban en
el camino.
Era feliz amando la naturaleza; pero una vez que llegó a la
hacienda de la familia del patrón en la época de verano, la hermosa campesina
pudo observar el lujo y la coquetería de las señoritas que venían de San José.
Hizo la comparación entre los encantos de aquellas mujeres y los suyos; vio que
su cuerpo era tan cimbreante como el de ellas, que poseían una bonita cara, una
sonrisa trastornadora, y se dedicó a imitarías.
Como era hacendosa, la patrona la tomó a su servicio y la trajo a
la capital donde, al poco tiempo, fue corrompida por sus compañeras y los
grandes vicios que se tienen en las capitales, y el grado de libertinaje en el
que son absorbidas por las metrópolis. Fue seducida por un jovencito de esos
que en los salones se dan tono con su cultura y que, con frecuencia, amanecen
completamente ebrios en las casas de tolerancia. Cuando sintió que iba a ser
madre, se retiró “de la capital y volvió a la casa paterna. A escondidas de su
familia dio a luz a una preciosa niñita que arrojó enseguida al sitio en donde
el río era mas profundo, en un momento de incapacidad y temor a enfrentar a un
padre o una sociedad que actuó de esa forma. Después se volvió loca y, según
los campesinos, el arrepentimiento la hace vagar ahora por las orillas de los
riachuelos buscando siempre el cadáver de su hija que no volverá a encontrar.
Esta triste leyenda que, día a día la vemos con más frecuencia que
ayer, debido al crecimiento de la sociedad, de que ya no son los ríos, sino las
letrinas y tanques sépticos donde el respeto por la vida ha pasado a otro
plano, nos lleva a pensar que estamos obligados a educar más a nuestros hijos e
hijas, para evitar lamentarnos y ser más consecuentes con lo que nos rodea. De
entonces acá, oye el viajero a la orilla de los ríos, cuando en callada noche
atraviesa el bosque, aves quejumbrosos, desgarradores y terribles que paralizan
la sangre. Es la Llorona que busca a su hija…
Relato realizado por: Don Concepción Azofeifa
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